Sunday, November 21, 2010

Solitude

Jean-Luc se lavó la cara y se miró en el espejo quebrado que tenia frente al lavatorio. Tenía la tez amarilla, la barba crecida y los ojos inyectados de sangre. Sin querer darle más importancia a su apariencia, se rascó la cabeza y salió del baño hacia el pasillo del colegio que el grupo de Médicos sin Fronteras había convertido en un hospital improvisado después del terremoto.

Al salir del baño, evadió algunos escombros que todavía estaban en el piso y entró a la cafetería para servirse un café. El café de Haití no era muy bueno pero ya estaba acostumbrado a no beber buen café desde que dejo Bélgica hacia tres meses. Después se dirigió a lo que había sido la cancha de basquetbol del colegio, ahora lleno de enfermos, doctores y enfermeras. Saludó con un ademán a Mathilde, cirujana jefe del grupo, y siguió hasta donde se encontraban los enfermos de cólera.

Al principio del brote, Jean-Luc había sido asignado a esta zona ya que todavía no contaba con una especialidad médica, por lo que no era necesitado en el área de cirugía y partos. Jean-Luc era parlanchín, jugaba al fútbol con los niños y le gustaba oír los chismes de las cocineras. Pero desde que empezaron a llegar los enfermos del cólera, Jean-Luc había cambiado poco a poco, se veía más flaco, callado y decía que estaba muy ocupado cuando algún chiquillo lo invitaba a jugar.

Todo comenzó cuando murió el primer bebé que llegó al hospital improvisado. Lo había traído uno de sus hermanos, un niño de unos 9 años, porque su abuela estaba ocupada con el resto de la familia, y sus padres habían muerto en el terremoto. Jean-Luc, en ese momento, se encontraba cerca de la puerta del colegio-hospital y sintió que alguien le jalaba de la camisa. Miró hacia abajo y vio a un niño con un bebé en brazos y unas moscas volando a su alrededor.

Jean-Luc tomó al bebé y lo llevó pronto a revisar. No duró mucho en reconocer que el pobre tenía cólera. El hermanito mayor se quedó junto a la cuna, callado. Cerca de la medianoche, en una de sus rondas, encontró al niño dormido junto a la cuna donde el bebé yacía muerto. Jean-Luc envolvió al bebé con la sábana y despertó al niño. “Je sui desolé, c’est mort.” El niño miró el bultito de la sábana y no dijo nada. Jean-Luc se llevó el cuerpo al crematorio y cuando regresó, el niño se había ido.

Esa noche no pudo conciliar el sueño. Su catre se convirtió en un lugar donde se acostaba algunas horas pero no donde descansaba. Cada vez llegaban más enfermos de cólera y había más niños solos en las cunas porque el adulto que los había traído debía seguir cuidando a la tienda de campaña que se había convertido en casa. Jean-Luc pensaba en lo detestable que era la soledad, no solo dentro del hospital, pero en todas las personas que quedaron huérfanas, viudas o que perdieron a sus hijos con el terremoto. Y ahora el cólera llegaba a terminar de destruir al pueblo de Haití.

El último caso en entrar al hospital era el de Michelle, una muchachita de apenas 19 años, con 7 meses de embarazo. Su novio, Antoine, la había traído con el alba, en un carretillo, porque ella estaba tan débil que con costos se mantenía sentada. En su francés criollo, Antoine les rogaba a los doctores que la ayudaran, que no la podía perder ni a ella ni a su hijo. Este era su primer bebé ya que se habían propuesto tener una familia pronto, para sobrellevar las pérdidas de sus familiares y vecinos.

Jean-Luc los miraba de lejos con resignación. Desde hacía semanas su insomnio se había convertido en algo habitual. Su cansancio iba enmascarado de trabajo. En las mañanas iba de un lado a otro, atendiendo pacientes, recibiendo enfermos nuevos, llevándole comida a sus compañeros. En las noches caminaba silencioso entre las camas, poniendo en orden los mosquiteros y revisando que todos los sueros estuvieran bien colocados. No podía dormir porque seguía pensando en el primer bebé y en su hermanito que tuvo que regresar donde su abuela para darle la noticia con apenas 9 años. Ahora, la idea de que Antoine perdiera a su novia y a su hijo hacia que Jean-Luc se alejara de su catre. Prefería quedarse cerca del pabellón de enfermos, al aire libre. No había mucho ruido en el hospital.


Nota: Este cuento fue escrito para el concurso de cuento corto de 89decibeles. El tema era "insomnio." Cuando estaba en el colegio yo escribía mucho, ahora solo lo hago para este concurso. Al final de cuentas, me gusta más el análisis. Lo escribí en el trabajo, un día lento. No esperen mucho, por favor.

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